Este es un libro claro y terrible. Puede ser considerado como la historia moral y política de los científicos atómicos o como la historia subterránea de lo que aconteció entre los bastidores de los laboratorios mientras se llevaba a cabo el hallazgo atómico y la construcción de las grandes bombas nucleares. En definitiva, el autor encauza nuestra atención hacia los caminos personales de los científicos, su carrera, sus ambiciones, sus escrúpulos, vacilaciones y perplejidades de conciencia. Una galería humana impresionante, con los nombres de Rutherford, Max Born, Niels Bohr, Dirac, Heisenberg, Joliot-Curie, Kapitza, Fuchs, Fermi, Oppenheimer, Szilard, Teller, Weizsäcker, Otto Hahn, aparece a las luces de la época y en sus relaciones con los políticos, de cuyas decisiones dependió su trabajo, desde Hitler a Roosevelt y Truman. El libro se lee apasionadamente por la cantidad de elementos anecdóticos que contiene y que hasta el presente no habían sido incorporados a la Historia.
Pero el libro contiene mucho más que eso. El móvil del autor al presentarnos el drama colectivo de la energía atómica a través del de las distintas personalidades es poner de relieve la zozobra moral y el conflicto de conciencia que presidió la investigación y que acompañó a los adelantados de la ciencia en esos años escalofriantes. El tema del libro es, desde el principio al fin, la responsabilidad de unos científicos que, no queriendo llegar a las conclusiones destructoras que adivinaban paso a paso, terminaron por tener que doblegarse al trágico sino del poder que manejaban.
La primera parte del libro muestra cómo gradualmente, a principios de 1939, muchos de los científicos más eminentes empezaron a temer las consecuencias del nuevo descubrimiento, y, encabezados por Szilard, pugnaron por obtener un acuerdo entre los científicos más importantes de todas las naciones para evitar la publicación de trabajos sobre temas atómicos, medida esta que parecía indicada para frenar la investigación. El segundo acto del drama de conciencia fue el temor de los científicos refugiados en América de que los que se hallaban en Alemania pudieran poner la “reacción en cadena” del uranio a disposición de Hitler.
Examina a continuación el autor la labor de los científicos alemanes entre 1939 y 1945 sobre la fisión del átomo. Inglaterra y los Estados Unidos estaban realizando un trabajo intensivo, bajo la dirección práctica del joven científico americano Oppenheimer, del cual el autor traza, con gran penetración, una semblanza no demasiado favorable, junto a la del general Groves, realizador de la ciudad atómica de Los Álamos, cuya vida y peripecias adquieren un relieve inolvidable. Sigue después el relato de los intentos de Szilard y Franck para evitar el uso de la bomba atómica sobre el Japón, intentos totalmente infructuosos como se ve por la descripción de los pormenores del lanzamiento. Finalmente, se explica en el libro el conflicto surgido entre Oppenheimer y sus colegas, conocido como el “caso Oppenheimer”.
Este no es, como fácilmente puede colegirse, un libro “neutro”. Nos demuestra cómo, desde que la ciencia se ha separado de las humanidades y de la religión, los científicos han carecido de toda fuerza moral para oponerse al desarrollo de las armas más destructoras. Configurados por dentro como seres limitados y parciales, no pudieron dejar de crear monstruos. El libro es también, en gran parte, la historia de unos hombres eminentes que escaparon de un totalitarismo demoledor para caer en una nueva forma de poder destructor de su individualidad, de su libertad y de su conciencia; aunque, de manera más solapada, idéntico a aquel en sus resultados.
— Más brillante que mil soles —
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